jueves, 28 de abril de 2011

Veinticuatro personas muertas en un pueblo de Montija, 24, 24, 24,...

Érase una vez, un abuelo y su nieto paseaban juntos camino de Loma. Era una explosiva tarde primaveral. El abuelo Villasante, ya muy mayor, llevaba una bolsa con la merienda para el nieto.
La senda marcaba los colores vivos de las aguileñas, botones de oro, celidonias, consueldas, estrelladas, margaritas, primaveras, violetas y demás flores silvestres puntuales a su cita.
Abuelo y nieto llegan a un prado de tierna hierba verde y el niño da cuenta de un frugal bocadillo, al resguardo del viento que sopla del norte y que curte sus níveos rostros. 
Pasadas tres décadas largas, el nieto volvió al mismo prado de Loma. Es tiempo de silencio. La escena es evidente, clara y, francamente, dura. En un rectángulo profundo de medio metro, veinticuatro números mezclados, veinticuatro esqueletos, veinticuatro personas muertas, 24, 24, 24,… (era una tortura escuchar el 24 en mi cabeza).


Todo ocurrió rápidamente en la noche de un 26 de noviembre, hace 75 años. Veinticuatro personas sacadas a la fuerza de sus casas y llevadas, a una muerte segura y sin razón alguna, a varios kilómetros de Gayangos, Baranda y Barcenillas del Ribero.
75 años después, vi a veinte arqueólogos de la Sociedad Aranzadi afanados en la delicada y cuidadosa tarea de exhumación de las 24 personas muertas. Expertos en su trabajo de más de 10 años exhumando innumerables restos humanos enterrados en fosas comunes de la guerra civil.
Allí, hincadas sus fuertes rodillas en esa negra tierra, estaba Ana, una nieta buscando a su abuelo Gaspar y que venía desde el sur, desde más de 1000 kilómetros.
La emoción lo es todo, se palpa entre esos hijos y nietos que miran el recuerdo de sus mayores. La gente viene, mira, cuenta y se va. La emoción viene y la emoción se va. La emoción no es anónima, atiende a nombres como Carlos,…
Silencio, se rueda. Una cámara de video registra lenta, minuciosa y definitivamente las imágenes del horror a ras de tierra. Y, también, ante la mirada atenta de dos simpáticos antropólogos americanos, a cual notarios, los familiares dan fe de sus fuertes testimonios y recuerdos, guardados durante muchos años como oro en paño.
Ese tiempo de silencio ya se ha roto gracias al empeño de Agustín. Alzamos la voz en grito ante ese mundo real que nunca admitió escuchar esa voz durante 75 años. Debía ser tan fuerte ese silencio, que un 26 de abril salió fuera para que nunca más la desolación cubra los campos de nuestra Castilla Cantábrica.
Pero este cuento todavía no se ha acabado, mañana toca trabajar minuciosamente en el laboratorio para asignar la identidad tras los rastros del ADN. Y llegará el día en que todo quedará perfectamente atado y, entonces, celebraremos un merecido homenaje a estas 24 personas de Montija muertas hace 75 años. 

Emilio E. Villasante


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