miércoles, 5 de octubre de 2011

Comentario de Iciar Muñoz. Loma, abril de 2011

Una mañana de primavera en campos de Castilla, un serenos silencio apenas roto por algún pájaro cantor, una fosa común con veinticuatro esqueletos humanos unos sobre otros, impecable como para una exposición, un grupo de gente trabajando con mimo ultimando detalles, otro grupo de gente, familiares, contemplando con dolor a sus seres queridos y con agradecimiento a todas las personas que allí realizan un trabajo artístico, porque esta fosa, con estos esqueletos, parece una obra de arte dramático, que nos impacta, que nos interpela, que hace que el dolor detenido durante tanto tiempo fluya suave, con lágrimas lentas, que nos pregunta con radicalidad, ¿qué es más valioso que la vida? Y en nuestro interior allí donde Santa Teresa dice que habita es alma, ésta se espanta ante tanta locura, porque no hay nada absolutamente nada que la justifique.

Es nuestra historia, la historia completa que no debemos olvidar, que no debemos callar. Es una realidad que un día ocurrió, que no debe ocurrir nunca más, en ningún lugar.

Gracias a todos los que habeis hecho posible, que hoy, en esta fosa viendo más allá de lo visible palpemos la tragedia de veinticuatro civiles camino de una muerte anunciada, en la flor de una vida que les fue robada y sintamos cercano el momento de reunirles con la familia que tanto les quiso, en su cementerio, que sus nombres salgan del anonimato y el olvido y ocupen el lugar que les corresponde en la historia, el lugar de las víctimas, porque estas víctimas son solo eso víctimas, sean del color que sean sus ideas.

Gracias Inés, Directora de Derechos Humanos, tu presentaica confortaba este silencio puro lleno de paz ¿Cuál es su origen?  

Iciar Muñoz.   Loma 27 de abril de 2011.

jueves, 28 de abril de 2011

Veinticuatro personas muertas en un pueblo de Montija, 24, 24, 24,...

Érase una vez, un abuelo y su nieto paseaban juntos camino de Loma. Era una explosiva tarde primaveral. El abuelo Villasante, ya muy mayor, llevaba una bolsa con la merienda para el nieto.
La senda marcaba los colores vivos de las aguileñas, botones de oro, celidonias, consueldas, estrelladas, margaritas, primaveras, violetas y demás flores silvestres puntuales a su cita.
Abuelo y nieto llegan a un prado de tierna hierba verde y el niño da cuenta de un frugal bocadillo, al resguardo del viento que sopla del norte y que curte sus níveos rostros. 
Pasadas tres décadas largas, el nieto volvió al mismo prado de Loma. Es tiempo de silencio. La escena es evidente, clara y, francamente, dura. En un rectángulo profundo de medio metro, veinticuatro números mezclados, veinticuatro esqueletos, veinticuatro personas muertas, 24, 24, 24,… (era una tortura escuchar el 24 en mi cabeza).


Todo ocurrió rápidamente en la noche de un 26 de noviembre, hace 75 años. Veinticuatro personas sacadas a la fuerza de sus casas y llevadas, a una muerte segura y sin razón alguna, a varios kilómetros de Gayangos, Baranda y Barcenillas del Ribero.
75 años después, vi a veinte arqueólogos de la Sociedad Aranzadi afanados en la delicada y cuidadosa tarea de exhumación de las 24 personas muertas. Expertos en su trabajo de más de 10 años exhumando innumerables restos humanos enterrados en fosas comunes de la guerra civil.
Allí, hincadas sus fuertes rodillas en esa negra tierra, estaba Ana, una nieta buscando a su abuelo Gaspar y que venía desde el sur, desde más de 1000 kilómetros.
La emoción lo es todo, se palpa entre esos hijos y nietos que miran el recuerdo de sus mayores. La gente viene, mira, cuenta y se va. La emoción viene y la emoción se va. La emoción no es anónima, atiende a nombres como Carlos,…
Silencio, se rueda. Una cámara de video registra lenta, minuciosa y definitivamente las imágenes del horror a ras de tierra. Y, también, ante la mirada atenta de dos simpáticos antropólogos americanos, a cual notarios, los familiares dan fe de sus fuertes testimonios y recuerdos, guardados durante muchos años como oro en paño.
Ese tiempo de silencio ya se ha roto gracias al empeño de Agustín. Alzamos la voz en grito ante ese mundo real que nunca admitió escuchar esa voz durante 75 años. Debía ser tan fuerte ese silencio, que un 26 de abril salió fuera para que nunca más la desolación cubra los campos de nuestra Castilla Cantábrica.
Pero este cuento todavía no se ha acabado, mañana toca trabajar minuciosamente en el laboratorio para asignar la identidad tras los rastros del ADN. Y llegará el día en que todo quedará perfectamente atado y, entonces, celebraremos un merecido homenaje a estas 24 personas de Montija muertas hace 75 años. 

Emilio E. Villasante